domingo, 23 de noviembre de 2008

El vehículo de toda diversión

José es un chico común, demasiado ordinario.
Una noche se vio empujado a volver a un viejo ritual. Uno que había dejado de lado, porque jamás le provocó verdadera satisfacción: salir a bailar.
José es de los que creció a puro rock and roll. De grande se dio cuenta que las fiestas un tanto bohemias, eran las que le cabían.
Pero una noche regresó al ritmo que había abandonado mucho tiempo atrás y se encontró con una realidad distinta, muy diferente a la que supo conocer.
Decidió entrar temprano a bailar, porque a diferencia de los recitales que suele frecuentar, las previas en los alrededores no son copadas. Afuera sólo hay conversaciones frívolas. Nadie se sienta en la vereda a tomar un porrón en envase descartable como a él le gusta.
Se dio cuenta que en medio del malón, sus atuendos son ordinarios. José no lleva un corte de pelo copado. Mucho menos una gorra que sirva para lookearlo o una muñequera que adorne su cuerpo o gafas de sol (¿?). Llega a la conclusión que no tiene nada en común con estos sujetos.
Ni hablar de los chupines: José no entiende por qué los floggers se adueñaron de esa prenda de vestir , propia de los Ramoneros y un tanto de los rollingas.
Decide entrar y apenas pone un pie en la pista de baile, se da cuenta que algo no está bien.
Es demasiado temprano y la gente la pasa demasiado bien.
Un Dj pincha discos en el escenario y mientras sube y baja el volúmen de los beats, aplaudido como si Joe Satriani hiciera un solo con su guitarra, nota que su cuerpo permanece estático. "Bue, me clavo una birra para aflojar los músculos", reflexiona.
Al llegar a la barra, se da cuenta que no hay cerveza. Vino espumante, vodka con speed, agua; pero no birra. "Allá venden cerveza", le dice uno de los cantineros, señalando uno de los puntos más oscuros del improvisado boliche.
Ahí José comenzó a notar que la birra no es del target de la monada, es groncha. No le importa. Es más barata que cualquier otra bebida y además, la toma como agua.
La primera cerveza no logra el efecto deseado. Hace rato que la birra no pega como a los 15 años, por lo que decide ir en busca de una más.
De a poco intenta soltarse, pero nada. Su cerebro ordena a sus piernas ejecutar los bailes más dinámicos y exóticos. Pero nada. La máquina no arranca.
La multitud baila desenfrenadamente. Él se encuentra parado a un costado de la pista. Se siente un emo perdido en medio del sambódromo, en pleno carnaval de Río de Janeiro.
Tanto beberaje de porrón le provoca demasiadas ganas de ir al baño. 1, 2, 3, 4, 5; son las veces que visita el toilette. En cada una de ellas, siempre encuentra alguien que le ofrece algo.
-Vieja, tengo esta pasti me está sobrando. ¿Te va?
-No loco, todo bien, soy naturista. (debió repetir una y otra vez).
Al volver a la pista y luego de la quinta cerveza, los reflejos ya no son los mismos. Siente que la máquina se aceitó y que no hace falta que el cerebro emita más órdenes. Su cuerpo sigue el ritmo de la música. Sus brazos y sus piernas son libres.
No sabe de bailes ni pasitos modernos, así que aplica los que supo utilizar allá a lo lejos en el tiempo. No importa. Nadie coordina demasiado sus movimientos por lo que logra zafar y pasar desapercibido. Aunque se dio cuenta que aquí la consigna no es esa. Todo lo contrario, hay que hacerse notar.
José se dio cuenta que ya no hace falta más alcohol para continuar danzando hasta las 4 am. Logró el efecto deseado que tanto buscó y comenzó su diversión.
Llegó el fin de la fiesta y José emprendió el viaje de retorno a su hogar, abatido luego de tanto baile.
De lo que no se dio cuenta José, es de que sí tenía algo en común con el resto de la gente: sea cual sea el envase, el tamaño, la forma o el tipo; todos al igual que él, necesitaron aceitar su máquina previo al ritual.
Lástima por José y por todos ellos que aún no se no se esfuerzan por controlar su mente y se dejan dominar por un simple vehículo de escape.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Fue primicia


"La nota de Mario Oscar Malevo Ferreyra la tuvo en exclusiva por Crónica TV para todo el país". T-R-E-M-E-N-D-O. Sólo Crónica podía documentar ese instante. ¿Cómo lo logró? El Malevo llamó al canal de las primicias para darle una entrevista. LA ENTREVISTA.

Claro que Roxana Bazán, la periodista que lo entrevistó, nunca pensó que estaba ante la nota de su vida. Nunca se imaginó que el entrevistado se iba a suicidar ahí, en frente suyo, a escasos segundos de que el Malevo diera su última nota. Nunca imaginó que el ex comisario iba a cumplir su palabra. "A la cárcel no voy. Antes me mato". Y como hombre de palabra, valga la redundancia, lo cumplió.

En resúmen, el Malevo terminó con su vida como la vivió: creyéndose él mismo, LA JUSTICIA. Creyendo que tenía la autoridad para decidir quién debía morir y quién debía vivir.

Así vivió, y así murió. Se quitó la vida porque no se quiso someter a la Justicia. No quiso ser señalado como uno de los responsables por las detenciones clandestinas, torturas y muertes que hubo en el ex Arsenal Miguel de Azcuénaga, en épocas de la última dictadura militar. Murió creyendo que era él la Justicia, y se ajustició.

La imagen recorrerá el mundo. El hombre de patillas pronunciadas y sombrero blanco se pegó un tiro en la sien. Para el recuerdo quedarán grabadas las manchas de sangre en la camisa de la periodista, el camarógrafo, sus familiares y los médicos que lo llevaron.

Para el recuerdo quedará su pasado tormentoso y su accionar violento.

Para el recuerdo quedará grabada en la memoria de todos, la imagen del Malevo acabando con su vida y antes las cámaras.

Esa imagen quedará grabada, gracias a que fue Primicia de Crónica TV.

martes, 18 de noviembre de 2008

Pequeña radiografía de cómo se vive la pasión


No existe un lugar en el mundo, que se parezca a una cancha. No existe siempre y cuando el escenario sea un estadio de estas pampas, porque por estos lares hay algo que rompe todas las reglas preestablecidas.
El tic tac del reloj avanza contrario a lo que se desea. Si el equipo que despierta amor y locura desmedida gana, el tiempo se detiene, parece no avanzar más. Miles de miradas que se multiplican por cientos, hipnotizan los relojes cada dos minutos para obligarlo a acelerar su marcha. Ese es uno de los precios de la locura que origina la pasión: creer que se puede romper la barrera de la física.
Si ocurre lo contrario, el reloj marcha como una locomotora. Nunca el tiempo avanza con tanto desenfreno. En ese instante, las miles de miradas se confunden y no logran explicarse como es que la hora pasa tan rápido.
-Amigo, ¿cuánto falta para que termine?
-Dos minutos menos que antes que pregunte nuevamente, jefe...
-Disculpá hermanito. No quiero ver el mío porque a esa mierda parece que le da cuerda el increíble Hulk.
-¡Ah! ¿Tiene reloj? No hinche el pingo maestro entonces. Ya lo ganamos...
Y si de quebrar leyes establecidas se trata, la de abrazarse con un completo desconocido, es la que más suele romperse.
Es que en el medio de la marea, un tanto tocado, suele perderse de vista a los amigos. Entonces, en el momento de mayor explosión –equivalente al mejor de los orgasmos- se busca al amigo (y no tanto también), para compartir ese momento de éxtasis.
Claro que el grito de gol que miles de gargantas arrojan al vacío, suele desorientar a cualquiera, y eso origina el abrazo eterno entre dos completos desconocidos que juran amor incondicional a su equipo. Dos extraños con realidades diferentes, pero con una misma pasión. Miran alrededor como buscando a sus amigos. Nada, el radar está averiado y encimas las naves se fueron de órbita.
-¡Vamos papá! ¡Qué golazo!
-¡Qué jugadorazo compadre! ¡Menos mal que es nuestro!
-¡De una! Amigazo, yo siempre lo banqué a ese pibe.
-Vamos a ganar que después seguimos de festejos.
-Dónde usted quiera primo...
Pero antes, la maldita regla obligada.
Primero hay que saber sufrir, para luego festejar con mayor algarabía. Esa es una ley que no está escrita en ningún lado, pero se cumple por más que no se quiera.
Ahí es donde se producen los momentos de mayor tensión.
Los cinco minutos que restan para que el referí señale el círculo central, acompañado del pitazo final, es el momento en que las madres de jugadores contrarios, propios y el árbitro por sobre todo, son objeto de todo tipo de insultos. Dependiendo del estado de ánimo de la monada, los insultos varian entre muy ingeniosos o muy hirientes.
-¡Hijo de puta! ¿Qué cobras parido por el orto?
-¡Mirálo al enano ese que a entrao! Eh tazán de maceta, ¡volvé al circo!
Sin dejar de lado que la cancha se pobló de directores técnicos, que exigen al que está en rol de dt, cómo debe cumplir su función, que cambios realizar y cómo parar al equipo.
-Sacálo al nueve. No da más el chango.
-¡Hijo de puta! ¡No mandés el equipo atrás!
Son sólo 90 minutos de partido. Una hora y treinta minutos en la que los sentimientos van y vienen. No hay lógica que explique ese desenfreno.
Por eso, mientras la pasión no tenga razón, el sentimiento seguirá siendo puro y jamás morirá. Que así sea.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Por no usar lápiz y papel

Son 3, los segundos que separan al escritor de la ventana nueva entrada. Tres segundos que aprovecha para hacer una pitada. El cigarro, a fuego lento, se consume en su boca.
Siente deseos de escribir y mucho. Siente deseos de conmover, hacer reír, estremecer. Siente deseos de ser leído una vez más.
Una imperfección interrumpe su tarea: la conexión falla. "Es la poronga de Arnet", putea para demostrar que los escritores utilizan el lenguaje vulgar, y mucho.
No importa, el tiempo no se toma como perdido, sirve para acomodar las ideas que dan vuelta por su cabeza.
Calma la odiosa espera con un reggae: Ey Bobby Marley sing something good to me, this world go crazy, is an emergency, es la frase del tema que le provoca una pitada más profunda que la otra. Y otra más.
Está ansioso, quiere volcar en la computadora todo lo que tiene para decir. Maldice contra la promotora que le vendió el paquete de conexión con una "velocidad muy rápida de conexión". "La puta, si esto es velocidad, mi abuela es el correcaminos", se queja.
Se empieza a impacientar porque no se ocupó de buscar un lápiz y un papel para dejar grabado allí, sus primeras ideas y siente que ya no podrá escribir con exactitud, lo que tenía para decir. "¿Por qué ya nadie usa papel y lápiz?", se pregunta a modo de reflexión luego de dos pitadas seguidas.
La conexión se reestablece. "Al fin", exclama para sí. Es que es de madrugada y en casa todos duermen. No quiere despertar a nadie, porque ese es el único momento del día en el que puede usar la computadora con tranquilidad sin ser molestado. El único momento en el que puede sentarse a escribir en soledad.
La página se abre. Pero primero lo primero: un vaso de coca para calmar la sed. Agua no, para este momento. Bebida cola, sí.
"Veamos, ¿por dónde iba a empezar?", se pregunta. Pero los dedos no responden. La mente manda un sinfín de órdenes, de retazos de ideas y ninguna logra hilvanar una frase coherente.
"¡La puta madre!", vuelve a exclamar para sí. Siente que perdió la inspiración.
No hay caso, en algún lugar de su mente agobiada se perdió ese relato. Ese que prometía hacer estremecer, conmover, reír; al que lo leyera.
No hay nada que contar. Será mejor masticar y tragar bien la bronca. Porque cuando no se tiene algo para decir, es mejor no decir nada.
Apaga la computadora y se acuesta tratando de recordar a dónde se fueron esas ideas. "Yo soy el culpable, tendría que haber comenzado a escribir en algo", se reprocha. Ya es tarde.
El silencio es absoluto, la habitación totalmente oscura, ideal para dormir.
Cierra sus ojos luego de la oración obligada de cada noche. Pero antes maldice una vez más: "¡por no haber usado lápiz y papel!"

jueves, 6 de noviembre de 2008

Todo por un polvo

En mi corta carrera como periodista, escuché excusas de todo tipo al momento de que el entrevistado, valga la redundancia, evite ser entrevistado telefónicamente. El "estoy manejando en estos momentos" o "estoy entrando a una reunión", son las muletillas más utilazadas, sobre todo, por los personajes del ámbito de la política.
Pero la que me tocó escuchar hoy, no me la veía venir y me causó mucha gracia.
Desde las 14 que intentaba conseguir un diálogo telefónico con el titular del Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas de Tucumán, Juan Álvarez, y cada vez que llamaba, del otro lado me cortaban. Así continué llamando en vano como 15 veces más, hasta que a la 16 más menos, me atienden:
-Hola
-Hola, ¿Juan Álvarez?
-Sí, él habla.
-Buenas tardes, mi nombre es Juan Pablo Sosa, periodista del semanario el periódico.
Ah! ¿Vos me estás llamando desde hace rato?
-Sí, quiero hacerle un par de preguntas referidas al día del canillita.
-¿No puede ser más tarde?
Nunca hay que dejarlos escapar una vez que te atendieron.
-No, mire, estoy sobre el cierre. Sólo serán 5 minutos. ¿Lo desperté de la siesta?
-No amigo, si hubiese sido eso está todo bien.
-Bueno, pero a esta hora usted no trabaja.
-Mirá, hagamos una cosa. Te mando un comunicado de prensa al diario.
-¿Pero para qué se va a tomar el trabajo de mandar un comunicado cuando ya lo tengo en línea? Mire...
-No, mejor te mando el comunicado, te prometo que en un rato te llega.
-Pero es mejor si puedo tener su palabra. Son sólo un par de preguntas.
-Bueno, mirá, en realidad me agarrás en mal momento porque estoy haciendo el amor en este preciso instante.
-Ja ja ja. ¿En serio?
-Sí, estoy aplicando el siestero.
-Ja ja ja. Hubiera empezado por ahí...
-Te hago llegar el comunicado.
-Está bien, lo espero. Hasta luego. Suerte y no se me cuelgue con el comunicado.
-No hermanito, apenas finiquite este asunto te lo mando.
-Hasta luego.
-Chau chau.
Al final dejé que me mande el comunicado, ya que su palabra era para adornar una nota relacionada a una principal.
Eso sí, deben haber sido un par de sieteros porque ya pasó más de una hora y media y nada con el comunicado...